jueves, 10 de enero de 2008

Mi hijo no me hace caso no me obedece

Basta que le digas una cosa para que haga todo lo contrario, y te preguntas si tienes un hijo especialmente tozudo o si depende de ti que cambie esa conducta. En definitiva, te sientes frustrado. ¿Cómo conseguir que te obedezca? ¿Deberías exigirle más? No desesperes, todavía estás a tiempo de cambiar las cosas.


No es ningún descubrimiento afirmar que muchos hijos no obedecen a sus padres. El hecho de que los hijos no hagan caso de las indicaciones de los padres crea en ellos una sensación de impunidad frente a las normas que desorienta completamente su conducta y les priva de la seguridad que da contrastar su manera de actuar con otros criterios externos. Además produce en los padres una frustración y una desesperanza difícilmente compatible con su tarea educativa.

No es lo mismo mandar que conseguir obediencia

Mandar es dar órdenes, exigir es conseguir que obedezcan las normas, nuestras indicaciones razonables o sus propias decisiones. La exigencia es una disciplina externa que proponemos o acordamos con nuestro hijo con la finalidad de que se transforme en autoexigencia. Si la exigencia es coherente y estable crea en ellos una sensación de seguridad a la vez que les ayuda a desarrollar determinados hábitos y costumbres que les permitirán enfrentarse a nuevos retos. Por otro lado, si nuestras propuestas van acompañadas de razones, desarrollan aquellas facultades intelectuales que tienen que ver con el pensamiento consecuencial y causal.
Es importante dar preferencia a la exigencia en conductas relacionadas con su trabajo (fundamentalmente los estudios), con la convivencia, con el desarrollo de virtudes personales (reciedumbre, prudencia, sobriedad...) y de buenos hábitos.

Las estrategias más recomendables para conseguir la obediencia son básicamente cuatro:

Informar a nuestro hijo acerca de lo que esperamos que haga, cómo debe hacerlo y en qué condiciones. No basta, por ejemplo, decir a nuestra hija de seis años que se ha de portar bien cuando vamos a comer a casa de los tíos. Deberíamos concretar que esperamos que use los cubiertos correctamente y que no se queje de la comida. Y si no le gusta la comida, le podemos ofrecer la alternativa de que pida que le pongan poco.


Motivarlo para que se esfuerce por comportarse como le indicamos. Podemos exponerle aquellas razones que le hagan ver que lo que proponemos, es interesante para él, ya sea porque le reporta alguna ventaja a medio plazo, porque con ello nos complacerá o porque no hacerlo así le perjudicará de alguna manera.


Comprobar que ha hecho lo que esperábamos que hiciera. No dar por supuesto que lo hará. Nada hay más desmotivador para nuestros hijos que nuestra falta de atención por sus logros o reveses. No comprobar si lo ha hecho bien significará afirmar que aquello no era muy importante o que él mismo no es muy importante.


Valorar su conducta, es decir, decirle si lo ha hecho bien y demostrar aprecio y agrado por el esfuerzo realizado. Y, en caso de fracaso, mostrar desaprobación por la conducta aunque no desprecio hacia él. No descartamos los premios o los castigos siempre y cuando sean proporcionados y ajustados al hecho que se quiere alabar o reprender.


Pero esta receta puede resultar ineficaz si no se combina con algunas precauciones y se adapta a las circunstancias y al carácter de los hijos. Vale la pena tener presentes algunas de las siguientes recomendaciones.

Exigir pocas cosas y suficientemente espaciadas en el tiempo. Conviene exigir pocas cosas a la vez. Da verdadero vértigo escuchar seguidas todas las indicaciones y mandatos que reciben algunos niños a lo largo de una jornada. Nos gustaría que todo lo hicieran bien y que no se descuidaran en nada. Pero la mayoría de veces, a fuerza de exigir demasiadas cosas a la vez, no conseguimos nada.


Lo que le pedimos debe estar a su alcance. Hay que asegurarse que aquello que le pedimos a un niño está realmente a su alcance. No debemos perder de vista la etapa evolutiva en la que se encuentra el niño ni sus capacidades en relación con lo que le pedimos. No es adecuado pedirle a un niño de 2 años que se haga la cama cada día, ni tampoco proponerle a uno de 15 que apruebe todas las asignaturas el próximo trimestre si en el anterior lo ha suspendido casi todo. Vale la pena asegurarse que logrará lo que le proponemos ya que el éxito le animará a perseverar.


Nuestra exigencia debe ser, valga la expresión, "acolchada". No es necesario hacerla más difícil de lo razonable. Nuestros hijos no son, al menos aún no, unos héroes. Que hagan lo que tienen que hacer, sin "rebajas" ni vanas compasiones, pero tampoco más.


Debemos mostrar que confiamos en él. Si demostramos que confiamos en que hará lo que le hemos pedido seguramente lo hará lo mejor que pueda. Es mucho más difícil traicionar la confianza que confirmar la desconfianza. Vale la pena confiar en su palabra. Y si aún y así desobedece, darle una oportunidad, buscar algo positivo que decirle, como que tenéis confianza en que cambiará, o que seguramente es un descuido pero que no quería hacerlo así de mal.


Decir las cosas con seguridad. Es importante transmitir seguridad a la hora de pedir algo, tanto a través de nuestras palabras como a través de los gestos. El grado de seguridad que tu hijo perciba en lo que le dices, le frenará o le incitará más a desobedecer. Por eso es mejor decir:


- Dentro de diez minutos será hora de que te pongas a hacer los deberes - dicho sin insistir y continuando con lo que estábamos haciendo, que decir:
- ¿Te irás a hacer los deberes a las seis?
No dar órdenes imperativas ni acompañarlas con ningún gesto o contacto físico amenazante. Este tipo de órdenes provoca reacciones de total oposición en el niño.


No usar amenazas vanas o premios inalcanzables. Nunca prometer aquello que no se puede cumplir. No hay nada que estimule más la desobediencia de un niño que un castigo que no se cumple o un premio que no se alcanza. Los castigos o premios propuestos han de ser razonables, proporcionados y posibles. En todo caso, si por error o por falta de autocontrol, hemos amenazado con algo que no es razonable, debemos explicarle las razones por las que hemos decidido cambiar el castigo por otro más razonable. Cuando sea necesario reprenderle, es muy eficaz mostrar disgusto, pero no ira.


No perder la calma. Es fundamental, aunque requiere cierto entrenamiento, no perder la calma ante las palabras o los hechos de nuestros hijos. La falta de compostura, la perdida del autodominio y los gritos nos ponen en ridículo, y con ello, nuestra autoridad se derrumba, especialmente si estamos tratando con adolescentes.


Finalmente quiero resaltar una vez más la importancia del ejemplo de los padres. Sólo las personas que son capaces de vivir su vida con ejercicio constante de autodisciplina y autoexigencia, tienen el prestigio, la experiencia y la técnica necesarios para exigir a otros.

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