jueves, 10 de enero de 2008

La influencia del ambiente familiar en el niño

El ambiente familiar influye de manera decisiva en nuestra personalidad. Las relaciones entre los miembros de la casa determinan valores, afectos, actitudes y modos de ser que el niño va asimilando desde que nace. Por eso, la vida en familia es un eficaz medio educativo al que debemos dedicar tiempo y esfuerzo. La escuela complementará la tarea, pero en ningún caso sustituirá a los padres.


El ambiente familiar es el conjunto de relaciones que se establecen entre los miembros de la familia que comparten el mismo espacio. Cada familia vive y participa en estas relaciones de una manera particular, de ahí que cada una desarrolle unas peculiaridades propias que le diferencian de otras familias. Pero el ambiente familiar, sea como sea la familia, tiene unas funciones educativas y afectivas muy importantes, ya que partimos de la base de que los padres tienen una gran influencia en el comportamiento de sus hijos y que este comportamiento es aprendido en el seno de la familia. Lo que difiere a unas familias de otras es que unas tienen un ambiente familiar positivo y constructivo que propicia el desarrollo adecuado y feliz del niño, y en cambio otras familias, no viven correctamente las relaciones interpersonales de manera amorosa, lo que provoca que el niño no adquiera de sus padres el mejor modelo de conducta o que tenga carencias afectivas importantes.



El ambiente familiar no es fruto de la casualidad ni de la suerte. Es consecuencia de las aportaciones de todos los que forman la familia y especialmente de los padres. Los que integran la familia crean el ambiente y pueden modificarlo y de la misma manera, el ambiente familiar debe tener la capacidad de modificar las conductas erróneas de nuestros hijos y de potenciar al máximo aquellas que se consideran correctas.

Para que el ambiente familiar pueda influir correctamente a los niños que viven en su seno, es fundamental que los siguientes elementos tengan una presencia importante y que puedan disfrutar del suficiente espacio:

AMOR
AUTORIDAD PARTICIPATIVA
INTENCIÓN DE SERVICIO
TRATO POSITIVO
TIEMPO DE CONVIVENCIA
1. Amor


Que los padres queremos a nuestros hijos es un hecho evidente. Pero que lo manifestemos con suficiente claridad ya no resulta tan evidente. Lo importante es que el niño se sienta amado. Para ello, además de decírselo con palabras, tenemos que demostrar que nos gusta como es, que queremos su felicidad, que sienta la seguridad que le damos, el apoyo y el reconocimiento y ayudarle en todo lo que necesite. Y esto se consigue mediante los pequeños detalles de cada día: mostrando interés por sus cosas, preguntando, felicitando, sabiendo lo que le gusta e interesa, y mostrándonos comprensivos y pacientes.


2. Autoridad participativa

Tiene que ver con la manera de ejercer la autoridad. Considero indiscutible que los padres deben saber cómo ejercer la autoridad. La autoridad es un derecho y una obligación que parte de nuestra responsabilidad como padres en la educación de nuestros hijos. Pero la autoridad sólo tendrá una función educativa correcta si se ejerce de manera persuasiva cuando los hijos son pequeños, y de manera participativa cuando ya sean mayores. Difícilmente serán educativos aquellos mandatos que no vayan precedidos de razones o que no hayan tenido en cuenta las opiniones y las circunstancias de los hijos.

3. Intención de servicio

La intención del servicio que brindamos los padres a los hijos tiene que ver con la intencionalidad o la finalidad de nuestra autoridad y de nuestras relaciones en general. Los padres debemos buscar la felicidad de nuestros hijos y ayudarles para que su vida sea más agradable y más plena. Nunca debemos utilizar nuestra autoridad para aprovecharnos de nuestros hijos ni vivirla como un privilegio o una ventaja que tenemos sobre ellos.

4. Trato positivo

El trato que brindamos a nuestros hijos y a nuestra pareja debe ser de calidad y positivo, es decir, agradable en las formas y constructivo en el contenido. Es frecuente que nuestros hijos escuchen de nuestros labios más críticas que halagos. No debería ser así. Debemos comentar todo lo bueno que tienen las personas que conviven con nosotros y todo lo positivo de sus acciones. También podemos y debemos comentar las cosas negativas, pero no debemos permitir que nuestro afán perfeccionista nos haga ver sólo los defectos que hay que mejorar. Pensemos que con ello podríamos lesionar gravemente uno de sus mejores recursos: su autoestima.

5. Tiempo de convivencia

La quinta condición para un buen ambiente familiar es que tengamos suficiente tiempo para compartir con los hijos y con la pareja. Seguramente es una condición que muchas veces no depende de nosotros y que a veces resulta difícil de conseguir. Pero es necesario que exista tiempo libre para disfrutar en familia y que permita conocernos los unos a los otros, explicarnos lo que hacemos, lo que nos gusta y lo que nos preocupa, y que podamos ayudarnos y pasarlo bien juntos. Muchas veces no es necesario disponer de mucho tiempo, sino que el tiempo que tengamos sepamos utilizarlo correctamente. Algunos padres disponen de mucho tiempo para pasar con los hijos pero están con ellos mientras está la tele encendida, hacen la cena, hablan por teléfono y otras mil cosas a la vez, sin prestar demasiada atención a "estar" realmente con su hijo. Quizás es mejor para el niño que sólo dispongas de un par de horas pero que estés con él dibujando, yendo en bicicleta o explicándole un cuento. Ese es un tiempo de convivencia de calidad, porque tu atención está centrada en tu hijo y eso él lo nota y lo agradece.


Cuanto mejor se cumplan estos 5 requisitos y más atención pongamos en ellos, mejor será la educación que recibirá vuestro hijo de su entorno familiar, y gracias a ella él conseguirá:

Recibir la información adecuada sobre aquellas actitudes y valores sociales y personales que se consideran correctos, gracias al buen ejemplo de sus padres.


Recibir información sobre sí mismos, sobre cómo son, a través de nuestras opiniones, reacciones y juicios de valor y de la calidad del trato que les otorgamos.


Desarrollar la confianza en sí mismo y la autoestima gracias a las manifestaciones de amor y de reconocimiento que colman sus necesidades afectivas básicas: necesidad de afecto, necesidad de aceptación y necesidad de seguridad.
Me gustaría acabar este artículo con una anécdota que se quedó conmigo como una imagen entre mis ideas revueltas y que hace referencia a la importancia de poder y saber dedicar tiempo a las cosas que son realmente importantes. En cierta ocasión, un viajero que esperaba el tren, se acercó al jefe de la estación que, habiendo acabado su turno, seguía en la estación cuidando unas flores que adornaban un parterre de la estación.

- ¿Cuántas horas trabaja cada día? - Le preguntó con una sonrisa amable.
- Ocho horas justas - le respondió dejando la regadera y mirando complacido las flores.
- ¿Nunca más o menos?
- Nunca menos porque, si no, no podría comprar mis flores y nunca más porque, si no, no podría disfrutarlas.

Cómo saber si mi hijo es inseguro

La seguridad en uno mismo no es una cualidad innata que poseen algunas personas. Más bien es una consecuencia del nivel de autoestima conseguido. ¿De qué factores depende la autoestima en un niño?¿Cómo podemos los padres incrementar el nivel de autoestima de nuestros hijos?


Es posible que hayas notado que tu hijo, de pocos años, se comporta de forma insegura: no se atreve a hacer algunas cosas él solo, le cuesta relacionarse con otros niños, no consigue progresar en sus primeros aprendizajes escolares, se rinde al primer intento, tiene un sentido del ridículo muy acentuado... Aunque quizás tu hijo es muy pequeño todavía, seguramente te preguntarás si puedes hacer algo para conseguir que viva las cosas sin pasarlo tan mal, de una manera más libre y espontánea. La respuesta es sí.



Los padres podemos ayudar a nuestros hijos a tener más seguridad y confianza en ellos mismos.



La seguridad en uno mismo es fruto del convencimiento de que se tiene capacidad suficiente para manejar algunas situaciones con éxito y que se puede ofrecer algo valioso a los demás. Esta seguridad es consecuencia de lo que se ha convenido en llamar autoestima.

La autoestima es lo que cada persona siente hacia sí misma, la medida en que le agrada su propia persona. Tener autoestima significa saber que eres valioso y digno de ser amado. Valioso porque eres capaz de resolver algunas situaciones con éxito y por lo tanto puedes estar a la altura de los demás, y digno de ser amado porque eres una persona y por lo tanto tienes derecho a ser amada de manera incondicional, dicho de otro modo, sabes que tienes personas a tu alrededor a las que realmente les importas. Nótese que se trata de que el niño se sienta valioso y querido, no del hecho objetivo de que tenga cualidades o habilidades sobresalientes o de que haya personas que le quieran. Puede ocurrir, y de hecho ocurre, que un niño con suficientes habilidades y con unos padres que le quieren no perciba estas realidades y se sienta inseguro y poco digno de ser amado. Se puede decir que cada reacción de los demás añade o quita algo de lo que el niño siente sobre su valía. Y puestos a valorar, es necesario saber que las reacciones de las personas que rodean al niño son más importantes que la posesión o ausencia de cualquier habilidad o defecto concreto.



La autoestima se construye a partir de las propias comparaciones con los demás y de acuerdo con las reacciones de los demás hacia él.

La imagen de sí mismo, que empieza a construirse durante la infancia, y el grado de complacencia que le produce esta imagen son dos realidades que se irán modificando a lo largo de toda la vida en función de las nuevas experiencias, de la propia conciencia y de las nuevas reacciones que tengan los demás.

Las reacciones de las personas que son más importantes para el niño desde un punto de vista afectivo (padres, familiares, profesores o amigos), son las que producen más impacto en su autoestima. Estas personas actúan como espejos en los cuales el niño ve reflejada la imagen de sí mismo y, a través de ellas, se va conociendo y va percibiendo el grado de aceptación y aprecio que producen sus actuaciones y su propia persona. Es como si la imagen que ve reflejada apareciera distorsionada por los sentimientos y expectativas de la persona-espejo. Si los sentimientos son positivos, el niño recibirá un reflejo que le gustará, con el que se sentirá bien y que ayudará a aumentar su autoestima. Si los sentimientos son negativos, el reflejo que verá será feo, sin valor y no merecedor de cariño. Ese reflejo le causará dolor, rabia y provocará el rechazo a su propia persona y el descenso de su autoestima.

Por eso, son las personas afectivamente más cercanas al niño, las que más pueden influir y potenciar el crecimiento de la autoestima.

Aunque la realidad no lo permite, vivamos por un momento la ficción de un acontecimiento de dos maneras muy diferentes. Vamos a imaginar a un niño, que hace pocas semanas que ha comenzado la escuela primaria, al que su profesora le ha felicitado por un trabajo muy bien hecho y se lo ha dado para que se lo enseñe a sus padres.

Ficción 1

"Por suerte cuando llegó a casa encontró ya a su padre. Muchos días a estas horas aún no había vuelto de trabajar. Estaba leyendo un periódico con mucha atención.
- ¡Mira papá! - Exclamó desde la puerta mientras corría hacia él - la señorita me ha dicho que te lo enseñe.
- Muy bien, felicidades, así me gusta, espero que sigas así. - Contestó su padre con una sonrisa, después de echar una ojeada al trabajo y mientras que con una mano sujetaba el periódico cerrado pero manteniendo con el dedo la página que estaba leyendo.
Después de acariciarle el pelo, le animó a ir a merendar y a dejar la cartera a su cuarto. Por su parte él volvió a sumergirse en el periódico."
Ficción 2

"Por suerte cuando llegó a casa encontró ya a su padre. Muchos días a estas horas aún no había vuelto de trabajar. Estaba leyendo un periódico con mucha atención.
- ¡Mira papá! - Exclamó desde la puerta mientras corría hacia él - la señorita me ha dicho que te lo enseñe.
- Es un trabajo estupendo, -contestó su padre con una sonrisa mientras dejaba el periódico y observaba con atención el trabajo - hay diez problemas y todos te han salido bien, aunque veo que en este y en este tuviste que borrar.
- Sí, eran muy difíciles, pero los pensé más y a la tercera vez los tenía bien y la seño no me riñó cuando no lo sabía y me lo explicaba.
- Esto que me explicas sí que me da alegría, - comentó su padre con cara de escuchar el detalle más importante de la historia - aunque te salían algunos problemas mal no te has desanimado ni te has enfadado y te has seguido esforzando hasta que lo has conseguido. Estoy contento porque te has portado como un valiente. ¿Estás contento?
- Claro - contestó con una sonrisa que no podía ser más grande.
- Vamos a enseñárselo a mamá - propuso el padre - verás que contenta se pondrá.
Mientras tanto el periódico se quedó solo en un rincón del sofá."
¿No es cierto que la reacción del padre en la primera ficción refleja una aceptación y un valor muy diferentes del de la segunda ficción? ¿Cuál de los dos papás-espejo contribuiría a aumentar la autoestima del niño?

Es muy importante tener en cuenta que la percepción que tienen los niños de las reacciones de sus padres no se alimenta exclusivamente de las palabras que dicen. Ni mucho menos. Los niños se dan cuenta de todo y valoran las actitudes que acompañan a las palabras, la atención sincera, la honestidad de los sentimientos y la verdad que esconden. La exageración, por ejemplo, le hace sospechar que le están engañando, que más que un espejo es una película, y ello le hace desconfiar de los sentimientos.

Cómo corregir a nuestros hijos

Mira que eres torpe" o "qué niña tan marimandona" o "no seas llorón" son algunas de las etiquetas en ocasiones colgamos a nuestros hijos cuando reiteran una conducta. No lo hacemos con la intención de ofender, pero si lo repetimos varias veces el niño puede sentir que lo limitan, que es de esa manera y por mucho que haga no conseguirá cambiar. Debemos animarlo y darle la oportunidad de mejorar su personalidad.


"Trate a las personas como si fueran lo que deberían ser y las ayudará a convertirse en lo que son capaces de ser."
Goethe



La cuestión de las etiquetas es, pedagógicamente hablando, una cuestión de límites, pero en el sentido negativo de la palabra. La capacidad de aprendizaje del niño está limitada por un lado por su herencia genética y por otro por el ambiente más o menos favorable en el que se desenvuelva. Las etiquetas son límites que imponemos a nuestros hijos, casillas en las cuales deben caber y a las que deben amoldarse respondiendo a las limitadas expectativas que hemos puesto sobre ellos.

"¿Siempre has de ser tan tozudo?"; "¿Lo ves? Es que eres un manazas, no haces nada bien hecho"; "Deja de mirarte en el espejo de una vez, presumida". Mensajes como éstos acompañan el quehacer diario en nuestros hogares. Son aparentemente neutros, y la mayoría de veces inconscientes, pero debemos revisar si ayudamos con ellos a nuestros hijos a avanzar correctamente o si por el contrario estamos cerrando la puerta al cambio y al aprendizaje.

Bernabé Tierno, en su obra Tu hijo, problemas y conflictos, reproduce un fragmento de la carta que unos padres le escriben: "Por segunda vez, ante el miedo a entregarnos las notas, porque la criatura no levanta cabeza en los estudios, mi hijo de doce años se ha marchado de casa. Hemos pasado toda la noche en vela, y cuando esta mañana ha ido mi marido a coger el coche para denunciar su desaparición, se lo ha encontrado durmiendo dentro. Hemos intentado averiguar lo que pasa, y entre todas sus angustias por ver que no puede tenernos contentos trayendo mejores notas, me ha sorprendido una frase: "Es que a mí nadie me ha dicho nunca que hago algo bien". Los mensajes que enviamos a nuestro hijo cuando nos fijamos sólo en sus errores o en sus fracasos le transmiten la idea de que no sirve para nada, o de que difícilmente logrará superar cualquier problema que se le presente.

El niño es, como todo ser humano, un ser en constante cambio y transformación. Sus capacidades adaptativas son muy grandes, pero debe encontrar un ambiente que le estimule y le aliente para el éxito. Cuando los padres resaltamos con mayor énfasis las facetas negativas de nuestro hijo, estamos yendo en contra de principios fundamentales en educación: la comprensión, el aliento y el reconocimiento del esfuerzo y de los logros.



Si en mi trabajo, una y otra vez, mi superior señala mis equivocaciones y pasa por alto mi esfuerzo y los buenos resultados en otras tareas, me sentiré desmotivada, apática frente al trabajo y probablemente sin ideas. Cuando tildamos a nuestro hijo de "vago", de "despistado" o de "fracasado" estamos haciendo mella profunda en el concepto que tiene de él mismo provocándole un sentimiento de inseguridad no sólo de sus capacidades sino de su propia valía. Los padres actuamos como modelos y como adultos de referencia para nuestros hijos. Ellos piensan: "Si mis padres dicen que siempre me olvido de todo, debe ser verdad", y entonces se cierran a la posibilidad de cambio, de mejora.

Es mucho más productivo, cuando un hijo ha cometido un error, intentar sentirnos como él. Verle como alguien que está sujeto a cambios y que, en ese proceso, el fracaso y las equivocaciones forman parte de las oportunidades de ver los propios problemas y mejorarlos. Cuando él reciba el mensaje: "Te has equivocado, pero te comprendo y aquí estoy para ayudarte", en vez de: "¡Otra vez, ya estoy harto de que no te esfuerces por cambiar!", entonces estaremos cumpliendo realmente con lo que ser padres significa: amar a nuestros hijos incondicionalmente, servirles de aliento constante y ser capaces de ver en él un ser humano sujeto a cambios, capaz de lograr lo que se proponga más allá de las dificultades.

A menudo es difícil ser capaz de mantener una actitud positiva, de comprensión y apoyo cuando una conducta negativa se manifiesta una y otra vez. Hemos de ser capaces de inventar nuevas maneras de corregir, vigilando nuestras palabras y manteniéndonos atentos a lo que realmente pensamos de nuestro hijo. Nosotros somos los primeros que hemos de pensar que nuestro hijo puede cambiar. Si no es así, difícilmente reconoceremos sus pequeños esfuerzos, los logros mínimos que darán paso a logros mayores, y difícilmente encontraremos las oportunidades o situaciones en que él pueda verse de otra manera y modificar la imagen que tiene de sí mismo. En definitiva, la etiqueta que tiene adjudicada y de la que debemos conseguir que se desprenda.

Tener un mal día y descargar el mal humor en los hijos

Hemos tenido un mal día en el trabajo, entramos en casa y lo encontramos todo patas arriba: el suelo lleno de juguetes mientras nuestro hijo juega con el mando a distancia. No ha hecho ninguna de las tareas que le habíamos asignado y, entonces, nuestro mal humor estalla de manera desmesurada. ¿Cómo podemos evitar herir al niño con nuestras palabras? ¿Puedo convertir el mal humor en un discurso instructivo?


Todos los padres hablamos habitualmente de forma reflexiva, ya sea en casa, en el trabajo, cuando vamos de compras o con los amigos y conocidos. Sabemos mantener la compostura y mostrarnos como personas que saben controlarse y medir tanto lo que dicen como lo que no dicen.

Si yo me pregunto ahora con quiénes utilizo más las palabras cariñosas, positivas y gratificantes, diré que con mi pareja y con mis hijos. Y seguro que es así, pero también lo es que con ellos soy capaz de utilizar también las palabras más destructivas, las más hirientes y las más negativas. ¿Es este también tu caso? ¿Te has preguntado por qué con las palabras somos capaces de herir a las personas que más amamos?

Cuando estamos relajados, descansados y de buen humor nuestras palabras reflejan ese estado interior y difícilmente hacemos uso de un vocabulario negativo o hiriente. En cambio, cuando estamos cansados, estresados o con trabajo acumulado, los conflictos cotidianos pueden adquirir dimensiones exageradas. Suele ser entonces cuando mostramos lo peor de nosotros mismos.

Centrémonos ahora en las situaciones de conflicto con nuestros hijos y mirémonos desde fuera, poniéndonos en su lugar. Verter la leche con cereales, dejar el abrigo tirado en el recibidor o no tapar la pasta de dientes, no pueden ser problemas vividos por él como para recibir las acusaciones, los gritos o las descalificaciones que, en momentos de crisis, somos capaces de verter sobre él. Adele Faber, en su útil y recomendable obra, nos dice:



Las palabras tienen el don de perdurar larga y venenosamente en la memoria. Y lo peor es que algunos niños las resucitan más tarde para esgrimirlas como armas contra sí mismos.


Enfadarse o sentir ira no es negativo en sí mismo. Son sentimientos inherentes a la naturaleza humana de los cuales todos participamos en un momento u otro. Lo difícil es sentir enfado, ira o furia sin dañar a la persona que tenemos delante, y, seamos honestos, nuestros hijos cargan a menudo con elevadas dosis de malhumor que le corresponderían a nuestro jefe, a la economía o al dolor de espalda. Aristóteles ya decía:

Cualquiera puede enfadarse, es muy fácil. Pero hacerlo con la persona adecuada, con la intensidad óptima, en el momento oportuno, por la causa justa, y de la manera correcta, eso ya no es tan fácil.



Los padres nos enfrentamos diariamente a situaciones de conflicto con nuestros hijos. A menudo, vivimos su desobediencia, o su poca colaboración o su inmadurez como una afrenta. Y es entonces cuando nuestras emociones pueden desbordarnos. Sin embargo… ¿es justo y razonable que, a veces, reaccionemos ante nuestros hijos dando rienda suelta al mal humor y al enfado?, ¿no sería conveniente preguntarnos qué deberíamos hacer para evitar que la expresión incontrolada de emociones nos causen malas pasadas de las que luego nos arrepentiremos?, porque, francamente, ¿cuántos padres son capaces de controlar siempre sus reacciones y, en consecuencia, sus palabras?

Reconocer qué sentimos es el primer paso para identificar un posible arrebato de malhumor o de enfado. Permitirnos sentir emociones negativas de cierta intensidad nos ayudará a reducir nuestra ansiedad frente a ellas.

Cuando ya hemos reconocido o identificado qué sentimos, el siguiente paso es NO RESPONDER. Salir de la habitación o cerrar los ojos unos instantes para pensar en lo que vamos a decir antes de "soltarlo". ¿Quiere esto decir que no hemos de corregir las conductas no adecuadas de nuestros hijos?, evidentemente no. Se trata de no reaccionar "en caliente", lo que es muy sencillo de entender y, en ocasiones, tan difícil de llevar a la práctica.

Una vez calmados será más fácil apreciar la dimensión real del problema y actuar en consecuencia, lo que debe permitirnos prestar atención a las palabras y huir de las acusaciones tipo: "eres un desastre, otra vez has dejado el lavabo patas arriba después de ducharte". Es preferible describir lo que ha sucedido sin emitir juicios de valor, por ejemplo: "el lavabo necesita que lo revises de nuevo si ya has terminado de ponerte el pijama". La descripción de los hechos ayuda mucho a centrarnos en el presente, en el suceso real, sin añadirle toda la carga emocional que probablemente se ha despertado en nosotros. Con ello mostraremos que le aceptamos a él como persona pero no aceptamos las acciones negativas que pueda hacer.

Añadir un comentario con buen humor es una de las mejores formas de recuperar el buen ambiente y conectar de nuevo con lo mejor de nosotros.

Finalmente, si a pesar de todo hemos perdido el control y hemos usado las palabras para agredir a nuestro hijo, seamos capaces de pedirle perdón o de demostrarle que sentimos lo que ha sucedido. Será la mejor manera de restablecer la relación cicatrizando las heridas interiores que las palabras pueden provocar.

Recordemos que la palabra es una herramienta con la que construimos o destruimos las relaciones con nuestros hijos. Ser conscientes de qué decimos y cómo lo hacemos nos ayudará en todas las situaciones a mostrarles lo mucho que los queremos

Los premios y los castigos ayudan en la educación de mi hijo

Si apruebas el examen te compro un regalo", "No, hoy no ves la tele, estás castigado". ¿Te suenan? A veces ya no sabes qué hacer para que tu hijo se comporte de una determinada manera. Es entonces cuando recurres al premio o al castigo, aunque no siempre son eficaces ni actúan de manera inmediata. En todo caso, se trata de recursos que debemos emplear con prudencia para que den resultados.


Tanto los premios como los castigos no tienen una prensa demasiado buena en algunos sectores de población. Ofrecer premios a los hijos es como reconocer un fracaso, es como si, al fallar como educadores, tuviéramos que recurrir al "sucedáneo" de los premios que, más que educar, adiestran.

Los castigos, por el contrario, no suelen dar tanta sensación de fracaso. Incluso socialmente son aceptados como padres responsables aquellos que castigan a sus hijos. De algún modo, se reconoce que el castigo sí es instrumento educativo, para terminar admitiendo que tampoco sirve de mucho porque el hijo tiene unas inclinaciones tales que no hay nada que hacer. Y se le va dejando de castigar y se acepta como irremediable "su manera de ser".

Los premios y castigos son instrumentos eficaces en situaciones en las que el proceso educativo sufre desviaciones, paradas o retrasos. Son situaciones críticas y patológicas en las que el tratamiento habitual que se suministra en el proceso educativo, que son buenas dosis de ejemplos, persuasión y reflexión no surten efecto y es necesario restablecer un cierto equilibrio. Un remedio será pues seguir una medicación adecuada basada en premios y castigos, además, claro está, de actuar en algunos otros frentes.

Premios y castigos, aunque afectan sólo a la conducta externa y, por tanto, pueden no influir en la personalidad íntima, generan un ambiente que facilita la comunicación entre las personas de la familia o mejora las capacidades de la persona. Ambos aspectos son elementos facilitadores de la educación. ¿No es cierto que será más fácil la educación de los hijos si, con ayuda de algún premio y algún castigo, conseguimos que mantengan el orden en sus cosas y usen ciertos modales? ¿No será lo mismo si conseguimos que estudien y mejoren su capacidad de razonamiento?

Retomando el símil de premios y castigos como medicinas, evidentemente su uso no puede ser indiscriminado ni generalizarse. Al igual que cualquier medicamento, es preciso adecuar su administración a la necesidad concreta del paciente y tener en cuenta sus contraindicaciones y efectos secundarios.

En resumen, los premios y castigos son recomendables y adecuados si se usan como medios temporales de obtención de logros y siempre de forma apropiada. Lea, por favor, las instrucciones de uso.




PREMIOS.

Instrucciones de uso.


Tipos de premios:
Premios previstos. Son las recompensas pactadas que se ofrecen si se presenta la conducta que se espera. El deseo de conseguirlas ayuda a regular la conducta.


Premios imprevistos. Se conceden sin previo aviso como reconocimiento a una conducta deseable. Puede producir efecto en la persona que lo recibe y en las que lo observan. Ambos relacionan las conductas deseables con la recompensa.


Premios por entregas. Son los que mantienen el interés más vivo, al concederse puntos o vales acumulables cuando se producen pequeños logros. Al alcanzar una cierta cantidad, se logra el premio.


Premios liberadores. Permiten liberarse de alguna tarea desagradable.


Composición de los premios:
De base afectiva. Consisten en expresiones afectivas de los padres, como abrazos, felicitaciones, lugares preferentes en la mesa o en el coche...


De base material. Consisten en posesiones materiales, como diversos objetos o dinero.


Relacionados con la autonomía. Ofrecen más libertad o autonomía para gestionar el dinero, el tiempo, el espacio…


Orientaciones de uso:
Definir bien lo que se espera y el premio que se puede conseguir. Luego cumplir lo pactado.


Proporcionar premios acordes con el esfuerzo realizado y con las posibilidades razonables de la familia.


Plantear la obtención del premio a corto plazo para los más pequeños.


Proponer premios alcanzables. Sólo son útiles si se confía en alcanzarlos.


Efectos secundarios:
Evitar su uso prolongado y variado porque crea adicción y no se actuará si no es a cambio de premios.


Modifica la conducta pero no necesariamente las actitudes y motivaciones, por lo que hay que combinarlos con otras acciones educativas.



CASTIGOS.

Instrucciones de uso.


Tipos de castigos:
Castigos previstos. Son las consecuencias desagradables que aguardan como respuesta a una conducta inaceptable determinada.


Castigos imprevistos. Son consecuencias desagradables que se otorgan sin previo aviso ante conductas indeseables. Tratan de evitar que se repita la conducta.


Castigos con oportunidades. Se ofrece un castigo si se da una conducta, pero se concede la oportunidad de rectificar en dos ocasiones antes de recibirlo.


Composición de los castigos:
De base afectiva. Consisten en expresiones afectivas negativas por parte de los padres como reprimendas, amonestaciones, alejamiento físico, silencio, caso omiso...


De base material. Suponen pérdida de ingresos, multas, no poder usar algo (TV, equipo de música, bicicleta...) o quedarse sin alguna posesión.


Relacionados con la autonomía. Restringen o privan de la libertad de salir, reducen el tiempo de ocio, exigen quedarse inmóvil, prohiben algunas relaciones...


Orientaciones de uso:
Elegir los castigos con prudencia. Los castigos han de cumplirse, por lo que un castigo absurdo o que no se cumple produce el efecto contrario.


Ser proporcionado a la conducta. Cuanto más indeseable, más severo.


Ser severo, es decir, ha de ser verdaderamente desagradable ya que si sólo supone una ligera molestia, se puede acabar aceptando la molestia como un mal menor.


Buscar castigos relacionados con la conducta indeseable. Así, por ejemplo, si se es descuidado y se estropean las cosas, se han de arreglar; si la conducta es molesta, se tiene que aislar...


Procurar que el castigo se acepte como algo merecido y se entienda que ayudará a mejorar.

AVISO IMPORTANTE: NUNCA LOS CASTIGOS PUEDEN ATENTAR CONTRA LOS DERECHOS Y LA DIGNIDAD DE LOS NIÑOS
Efectos secundarios:
Pueden aumentar la conducta indeseable. En algunas ocasiones, los hijos buscan llamar la atención de los padres y, al no conseguirlo con una conducta deseable, les basta con que les prestemos atención mediante castigos por las indeseables. En este caso está directamente contraindicado su uso.


Si el castigo se ve desproporcionado, injusto o absurdo, puede generar sentimientos de aversión, venganza y resentimiento. Como consecuencia, es probable que no se evite la conducta indeseable. También estará contraindicado su uso en estas circunstancias.


Dejo para el lector la elección del tratamiento más adecuado a las diferentes situaciones que se le presentarán. Y, de todas formas, en caso de duda, consulte a un especialista (profesor o psicólogo), es la persona más adecuada para facilitarle toda la información complementaria.

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